Las medias amarillas

Cualquier tema NO relacionado con los perros
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Rodro
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Las medias amarillas

Mensaje por Rodro »

Estoy segura de que están hablando de mí. La chica de las medias amarillas me mira, y parece que le dice algo al chico que va con ella.

Parecen simpáticos, pero no me atrevo a acercarme, no me pase como con la otra, que me dio un paraguazo, y ya no pude corretear en todo el día, y encima los niños querían jugar, pero no podía moverme, así que creo que se lo tomaron a mal, y al ver que no jugaba, no me hicieron caso.

Cuando me dio el paraguazo, empecé a recordar todo lo que me ha pasado en estos años, o a lo mejor son meses, no lo sé, porque nunca he entendido esos papeles que tiene la gente, y otros aparatitos que llevan en la muñeca, y que dicen cosas sobre las temporadas y las horas. Los días y las noches sí que sé lo que son; es cuando se pone oscuro y cuando de nuevo sale la claridad. Lo demás no lo entiendo. Le llaman tiempo, y es algo que corre y se detiene. También se gasta, se desperdicia, y se pierde.

Cuando vivía con la señora alta, estaba muy bien. Cómo echo en falta su casa, su patio, incluso sus regañinas cuando metía mis narices en su bolsa de la compra. No me acuerdo de cómo aparecí allí, pero ella contaba a las vecinas que me recogió, y me compró un biberón para darme leche, porque de mi madre no se sabía nada. Decía que unos niños me metieron en una caja de zapatos, pero sus padres no los dejaban que me entraran a sus casas, así que me tenían en la caja, en un portal, y me traían comida, pero ella tuvo pena de mí, y me llevó a su casa. Rememoraba que al salir de la caja, me iba tropezando con las paredes y los muebles, y ella empezó a llamarme Topi, porque decía que iba topando con todo.

Pronto me di cuenta de que se llamaba Clara, y que era muy mayor, que tenía muchos años, de esos que cuentan los papeles que tiene la gente. Llevaba unos cristales sujetos ante los ojos, gafas creo que se llamaban, y tenía el pelo blanco. También tenía una cara arrugada, y manchas en la piel de las manos; unas manchas oscuras, que por lo visto eran de la edad. Caminaba despacito, a veces arrastrando los pies, y sentándose cada poco, porque se la comía la reuma, que es una cosa de los huesos que duele mucho.

Clara me llevaba todas las mañanas a un mercado, y mientras ella hacía la compra, yo la esperaba. Al salir siempre me traía algún regalito, un trozo de corteza de queso, o un pedazo de churro, y a veces un churro entero. Qué alegría tenía yo entonces, cuando salía Clara con la bolsa en la mano. Íbamos al parque, y ella charlaba con otros abuelos, mientras yo jugaba con sus perros. En los paseos por el parque, aprendí mucho de la vida, porque Clara hablaba con otras personas, y yo me juntaba con muchos perros.

Me hice muy amiga de uno que decía que era pastor en alemán, que es un sitio muy lejos de aquí. Me contaba que su amo, Samuel, era bueno y un poco locuelo, porque aparte de hablar con Clara en el parque, también hablaba solo en casa, y que a veces se paseaba por el pasillo, gesticulando y gritando cosas que no entendía muy bien, algo de una guerra, y la cárcel donde estuvo su padre. Cuando estaba así, mi amigo no sabía lo que hacer, si ponerse delante, seguirlo por detrás, o qué. Pero se dio cuenta de que si intentaba subirse a sus brazos, Samuel de pronto se calmaba y le hacía caricias, olvidándose de los gritos, y las guerras.

También conocí a Romo, un perrito pequeño, pero no tanto como yo, que dicen que peso tres o cuatro kilos. Lo veía casi todos los días, pero no se acercaba mucho, porque la dueña era joven, y hablaba poco con Clara y los otros abuelos. Sólo de vez en cuando se paraban, para contarse algo de nosotros, y Romo se ponía muy serio, muy ufano al lado de su dueña, sin hacernos caso. Charli me dijo que algunos perros son así, que se hacen los interesantes, y se creen que ellos y sus dueños, son mejores que los demás. Y que no se me ocurriera enamorarme porque lo iba a pasar muy mal. Yo, la verdad, miraba a Romo y me parecía guapo, pero él nunca quería corretear, o lo hacía con otros perros, que no nos dejaban que nos acercáramos a Charli y a mí, así que no pudimos ser amigos.

A lo mejor cuando lo miraba mucho, y me gustaba cada vez más, alto y tan fuerte, era que me había enamorado. Se lo pregunté a Charli, pero no me aclaró nada, aunque aprendí, porque lo decían igual los otros perros y sus dueños, que eso del amor, casi siempre era para sufrir mucho. Como la reuma de mi ama, pero aún peor

Me acuerdo de muchas cosas de aquella temporada, o años, o como se diga. En casa, mi ama me dejaba subirme al sofá, cuando se ponía delante de la televisión, que también enseña cosas de otros mundos, de otras tierras. Había un programa por la tarde, después de comer, que hablaba de animales extraños, y las personas que sabían mucho de ellos, explicaban su forma de vivir, cómo cazaban para comer, y cómo se protegían unos de otros. Me quedé pasmada con las cigüeñas, que se van muy lejos, y vuelven siempre al mismo pueblo, para hacer sus nidos en torres o campanarios, y la gente les echa fotos, y las quieren mucho.

Yo me sentía tan a gusto en el sofá de casa. Cuando Clara se distraía un poco me echaba sobre sus rodillas. Creo que ella sabía que eso me hacía muy feliz, y que la quería un poco más que siempre. Los vecinos decían que lo nuestro era muy bueno, y muy especial. Lo nuestro éramos mi ama y yo, porque claro, como sus hijos estaban lejos, venían muy poco, en cambio ella y yo, estábamos siempre juntas.

Yo sé cuándo iban a venir. No me equivocaba.

Por el momento, mucha temporada antes, me daba en las orejas un hormigueo, y en la nariz un olor de cosas sucias y oscuras. Me daba también el olor del miedo, o a lo mejor se llama pena, pero el caso es que me oprimía la pesahombre, porque Clara suspiraba con una mezcla de alegría y agobio, que no acabé de entender. Una vez que llegan se pone muy contenta, pero el tiempo de antes; uf que lío me hago con esto del tiempo. Digo que el tiempo de antes, cuando iban a venir, Clara hacía unos preparativos extraordinarios. Sacaba manteles del aparador, frotaba la cubertería de plata, vigilaba el brillo de unas copas de cristal, compraba uva, pescados grandes, patas de cordero, y unas botellas doradas. Traía de la papelería adornos brillantes, que enganchaba en la puerta, y en el espejo de la consola de la entrada. Se ponía nerviosa, mirando los papeles del tiempo todos los días, y tachando un número. Me decía que me portara bien, que sus hijos no quieren que le de tantas confianzas al perro, por si coge alguna enfermedad.

Entendía perfectamente que les gustaba que estuviera en casa, pero que debía ocupar un espacio sin salirme de él. Algo así. Pienso en si me hubieran visto en el sofá, o a veces, pocas es verdad, pero alguna vez, en lo alto de la cama de mi ama, cuando estaba mala, y se quedaba mucho rato sin levantarse. Creo que incluso si me vieran a los pies de la cama, sin subirme, como estaba todas las noches, no les gustaría nada. Pero digo yo que qué de malo tiene, si Clara me ordena que me quedé allí, sobre la alfombrilla de la habitación; yo no deseo estar en otro sitio que donde ella me indica, y si es cerca, mejor aún. Pues no señor, los hijos insistiendo, que me sacara al patio, y discutían de eso cada dos por tres. Clara decía que sí, que lo haría, pero en cuanto salían por la puerta, murmuraba, están frescos, en el patio te voy a dejar yo.

Cuando venían los hijos de Clara era el tiempo llamado Navidad. A mí me gustaba mucho, porque la gente llenaba las calles, y había en el aire olores nuevos, a chocolate, a azúcar tostado, a asados de carne, castañas, y otros olores ricos que no sé lo que eran, pero que me alegraban la vida.

Los abuelos del parque parecían más animados que nunca, y algunos desaparecían por algunas semanas, o a lo mejor serían días, pero se emocionaban porque iban a pasar la navidad con los nietos. El amo de Charli era de los que se iban, y le traía a Clara una postal de calles con nieve y farolas altas. Una vez le trajo un libro con fotos del mar. Era un libro precioso, con playas en varios colores, azul, verde, violeta, y los barcos, tan majestuosos, paseando sobre las olas como si nada. Clara puso el libro encima de la televisión, y cada día cambiaba la página.

Recuerdo también a Marcela, la vecina de al lado. Era una mujer más joven que mi ama, pero no tanto como la dueña de Romo. Tenía dos hijos que iban a la escuela, y algunas veces jugaba con ellos. Me enseñaron a darle la pata, y cuando venían otros niños a estudiar a su casa, me llamaban para que hiciera lo de la pata. Yo alzaba mi patita delantera, la ponía en la mano de los chicos y ellos decían, ves, ya te lo dije. Hablaban mucho de mí, y le decían a su madre que ellos también querían tener un perro, pero Marcela le decía a Clara, que con los hijos, y sin marido, bastante tenía como para ocuparse de más cosas.

Ahora no tengo duda. La chica de las medias amarillas está hablando de mí. Me acerco un poco, no mucho, claro, por lo del paraguazo, aunque ésta no lleva nada con qué darme. Me acerco algo más, y ella me mira. Tiene los ojos alegres y brillantes, y creo que no quiere hacerme nada malo. Debe tener lastima de mi, como les pasa a la gente de esta plaza.

Creo que la señorita del bar me va a sacar algo de comida. Ella es una señorita de verdad, porque lleva un traje negro y un delantal blanco, y se mueve con delicadeza. Le lleva vasos y platos de comida, a la gente que está sentada en las mesas del bar, y siempre tiene una sonrisa en la cara. Muchas veces, cuando se mueve por el bar, mira afuera por si me ve. Yo creo que se pone contenta, cuando sabe que estoy aquí, en la plaza, así que me siento cerca del portal, para que me vea y se quede feliz.

El otro día se puso a llover, y los chicos que están al lado del bar, me abrieron la puerta. y me dejaron entrar. Hoy cuando han venido, me buscaban, porque traían una bolsa de comida para mí. Sé que es eso porque sacan la bolsa a la calle, y me llaman para que coma. No es igual que la comida del bar; esto son como unas canicas, y ellos han dicho que son especiales para perros, porque tienen mucha vida, que se llaman vitaminas, así que aunque me gustan más los aperitivos del bar, también me como las bolitas.

Su casa no es una casa como las otras. Sólo tienen una sala y dos mesas, con muchos aparatos, papeles, bolígrafos, y cosas así que son para trabajar. Cuando se hace oscuro, el chico y ella se van, y cierran la puerta, hasta que por la mañana, regresan, haciéndose bromas, y diciendo que tienen mucho trabajo.

Muchas veces viene un señor, y entonces la chica me saca de la sala precipitadamente; me acaricia, pero me saca a la calle, y me dice que me espere un poco, que en un ratito viene a verme. Sé que el señor es el jefe de la sala, y no quiere que yo esté dentro, porque no es buena imagen, dice.

Siempre pienso en Clara, y en sus hijos, que aparecieron por la casa cuando no era Navidad, y entre los dos tramaron aquello. Mi ama se había quedado en la cama mucho tiempo, o a lo mejor no era tanto, que esto de las temporadas no lo sé contar bien. Dijeron que ya no podía estar sola. Qué tontería, si no estaba sola, estaba yo, y todos en el parque decían que lo nuestro era especial, y muy bueno. Pues no señor, los hijos prepararon una maleta, y pusieron un cartel muy grande en la puerta de la casa.

Al principio yo no me daba cuenta de nada, porque me metieron en el coche con ellos, y le decían a la madre que en la residencia iba a estar muy bien, que irían a verla, y que nunca iba a estar sola. Ella lloraba con disimulo, para que sus hijos no se dieran cuenta, y yo no hacía más que darle besos, lamerle la cara, acurrucarme en su falda, aunque entonces aún lloraba más. El coche corría y corría, y el llanto de mi ama ya no podía disimularse. Sus hijos decían que era normal, que se le pasaría en cuanto viera su habitación, el jardín, las otras señoras que estaban allí, y lo simpáticas que eran las monjitas.

No hice mucho caso, porque Clara se esforzaba por no llorar, y yo no quería ser menos, así que intentaba mover el rabo, y hacer todo como si estuviera muy contenta, arrimándome a sus piernas, y dando algún salto para llegar a sus manos, y que me acariciara.

Más tarde, cuando ya se estaba poniendo oscuro, pararon el coche en un pueblo, y entonces Clara me hizo muchos mimos, pero era muy raro, como si quisiera hacérmelos todos, y no hacerme ninguno. Era como cuando alguna vez se le quemaba la comida, que quería hacerme caso, pero no lo conseguía, pendiente sólo del fuego y la olla. Ahora era así, pero peor.

En el pueblo, que es donde estoy en este tiempo, fuimos a un parque y Clara se lavó la cara en una fuente. Unos niños me hicieron monerías, y jugué un poco con ellos. Yo no estaba tranquila, porque me olía cada vez peor. Ahora sé que era el olor del desamparo, pero entonces no lo sabía. El caso es que con las cucamonas de los niños, cuando me di cuenta, ya estaban ellos metidos en el coche. Me acerque, saltando hasta la ventanilla, pero el hijo mayor me dio un golpe, y el coche empezó a correr. Corría tanto que sólo veía la cara borrosa de mi ama, vuelta hacia mí. Yo corrí lo que pude, hasta que me quedé sin respiración. Entonces ya no veía el coche, y me encontré con que no sabía dónde estaba.

Pasé varios días en ese descampado, adonde llegué corriendo detrás del coche, en donde vi a mi ama por última vez, tras el cristal. Ahora sabía que ella lloraba por nuestra separación, y también sabía, porque lo había aprendido en el trato con sus hijos, que los jóvenes mandan mucho, y hacen lo que quieren con los padres que son muy mayores.

Cuando ya no podía más de hambre, me esforcé por localizar el parque en donde mi ama se había lavado la cara, y el caso es que lo conseguí. Pasé por allí y bebí en esa misma pileta, pero era como beberme las lágrimas de Clara. Ahora sabía que ella lloró todo el tiempo por mí, y en la fuente me dejó como un recuerdo de su desconsuelo. No quise quedarme en aquel parque, y andando, andando, llegué a esta plaza, y de aquí no me muevo. Vaya donde vaya, la pena que me dejó Clara no se me olvidará. Lloro con mis lágrimas de perro, me aparto un poco de la gente, y me refugio en donde veo un hueco, en cuanto se hace de noche.

Me han puesto un nombre; me di cuenta en seguida, porque cuando vienen a jugar, y me dan trocitos de un bollo con chocolate, o algo de un bocadillo, me gritan siempre lo mismo, para que me acerque. Me llaman Layla.

Un día me puse muy contenta, porque la chica del bar se aprendió mi nuevo nombre, y cuando me sacó la comida me llamó así. Hay mucha gente que pasa por la plaza, y a esos sólo los conozco de vista, porque se meten en sus casas, en cambio la gente del bar, los de la sala, y la librería, casi siempre están aquí, y se van sólo cuando cierran todo.

La chica de las medias amarillas se ha acercado hoy a mí, y me ha hecho carantoñas. Me fijo siempre en ella, y en sus medias amarillas, porque ella se fija en mí, Viene mucho al bar, y como ahora ya no hace frío, han puesto unas mesas en la calle, y le gente se sienta a comer y beber. La chica del bar sigue poniéndome comida, y me he enterado que se llama Lola. Como ahora están todos mucho rato en la calle, me entero de más cosas.

La plaza está muy animada, con tanta gente en las mesas sin parar de hablar. Los niños también están hasta que es muy oscuro, porque es verano y no van al colegio. A mí lo que más me gusta, es que la chica de las medias amarillas, siempre me dice cosas. Bueno que ahora ya no lleva medias, ni amarillas ni nada, y sé que se llama Sara. Nos hemos hecho muy amigos, y me deja que esté a sus pies, cuando se sienta en las mesas de la calle. Casi siempre va un chico con ella, y hoy me he enterado que se llama Antonio.

Estoy convencida que muchas veces hablan de mí. Lo hacía cuando llevaba las medias amarillas, y lo sigue haciendo ahora. No sé qué es lo que pueden decir, pero la verdad es que no tengo miedo; lo que es seguro es que no quieren pegarme, ni hacerme daño. Por si acaso, cuando les veo muevo el rabo, y no me pongo pesada, ni intento subirme mucho, para que no crean que soy mala.

Hoy ha ocurrido algo extraordinario. Sara ha venido esta mañana, y me ha llevado con ella de paseo. Yo me hacía el remolón, porque claro, una cosa es que me haga carantoñas y hable de mi, y otra es que me saque de la plaza, que yo no quiero moverme de aquí, pues aunque por la noche estoy muy sola, y lloro con mis lágrimas de perro, la gente me hace un poco caso, y los niños, si a veces me pegan, y me hacen daño, otras veces juegan conmigo, y lo pasamos bien. Además no quiero alejarme de Lola, de su bar y su comida.

Sara me ha cogido en sus brazos, y me ha hecho caricias muy bonitas. Hemos subido por una cuesta muy empinada, y me ha llevado a su casa, a una casa de verdad, y me ha puesto un cacharro con agua, parecido al que tenía con mi ama Clara. Me ha dicho que si quería quedarme un poco con ella.

Nadie sabe la rabia que he sentido, de no poder decir palabras como las suyas, para contarle todo lo que me ha pasado, y lo simpática que siempre me ha parecido, con sus medias amarillas. He recorrido la casa, y ella iba detrás de mí, enseñándome las cosas. Yo olía todo lo que me iba encontrando, y no me daba el olor sucio y oscuro, ni el hormigueo en las orejas, como me pasaba con los hijos de mi ama, al contrario, aquí olía cosas que no conocía, pero que me quitaban el miedo, y un poco la pena.

Más tarde vino el chico, Antonio, y jugó un rato conmigo, hasta que se hizo de noche, y nos fuimos de nuevo a la plaza. Poco a poco fui entendiendo que querían llevarme a su casa, con ellos, así que, mientras jugaba en la plaza con los niños, de vez en cuando, para que no se olvidaran de mí, me acercaba a la mesa de Sara, pero no mucho, no fueran a pensar que me pongo pesada. Una de las veces, la chica del bar, Lola, le estaba preguntando a Sara si me iba a adoptar.

Ya no me moví de allí. Ya no quería jugar con los niños, sólo estar atento a lo que significara esa palabra que no conocía, pero que me sonaba a casa, a comida, amistad, y calor. A Clara, a Samuel y Charli. A todas las cosas buenas que me habían pasado en la vida, y que después supe, que apenas me duraron tres años; el tiempo que estuve con Clara.

Me dejaron en la plaza, pero venían todos los días, y me llevaban a su casa un rato. A veces me asustaba, si oía algún ruido extraño, que luego era una máquina de lavar, o de hacer café, pero claro, mi ama hacía el café en un cazo, y lo de lavar estaba en el patio, así que no conocía esos ruidos. Ellos me observaban todo el tiempo, me acariciaban, y volvían a dejarme en la plaza con palabras cariñosas. Esas palabras que a mí no me salen, y que tanto envidio, porque si las tuviera, les habría explicado que ya casi no tenía miedo, que me olían a cosas muy buenas, y que yo no era ninguna vagabunda, porque aunque no conocí a mi madre, tuve a Clara.

Uno de esos días ya me quedé a dormir en una mantita, en el pasillo de la casa de Sara, y me dieron un juguete muy bonito, de varios colores. Ahora lo tengo destrozado, pero sigo jugando mucho con él, para que no piensen que está viejo y lo tiren.

Antonio me entendió muy bien, y dijo que a lo mejor, al abandonarme, había corrido detrás de un coche, pero que eso me iba a hacer agradecida, y que era normal que si me había pasado aquello, ahora tuviera pánico.

Me dijo agradecida. Creo que esa palabra significa, que nunca me voy a olvidar de Clara, pero tampoco de lo mal que estuve cuando sus hijos nos separaron, dejándonos solas, a cada una por su lado. También quiere decir que los quiero mucho, y que cuando estoy en casa, o me llevan de paseo, con una lana que me compraron para abrigarme, me siento dichosa, pero no me olvido de estar atenta, por si veo a otros llorar sus lágrimas de perro, y puedo acercarme, a decirles que busquen a la gente, que no huyan; bueno, esconderse un poco por si acaso, pero no mucho, porque a lo mejor tienen suerte y los adoptan. Agradecida quiere decir eso, y muchas cosas más. Es una palabra mágica, llena de luz, por todo lo que significa, aunque yo no sepa explicarla bien.

Ahora tengo cinco años, y ya soy una perra mayor, que ha aprendido un poco de todo, menos del tiempo, que aún no se contarlo. Cuando me adoptaron, un médico de perros que se llama veterinario, dijo que tenía unos tres años. Sara va mirando las temporadas y eso, en los papeles, para saber cuando tengo un año más.

Ese día que es como contar desde que se ha nacido, dicen que es mi cumpleaños, que para ellos coincide con la primera vez que dormí en el pasillo de su casa, con la mantita. Yo no digo nada, porque quiero ser siempre agradecida, pero esa noche, antes de dormirme, hablo conmigo, como si lo hiciera con mi ama Clara, y le cuento que, en realidad mi cumpleaños, aunque ellos no lo saben, es el día en que vi a una chica con medias amarillas.
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EMIyMAX
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Mensaje por EMIyMAX »

me ha encantado Rodro :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:

¿me lo prestas?
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Gigi
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Mensaje por Gigi »

:plas: :plas: :plas:
Él es tu amigo, tu compañero, tu defensor, tu perro. Tú eres su vida, su amor, su líder. Él será tuyo siempre, fiel y sincero, hasta el último latido de su corazón. A él le debes ser merecedor de tal devoción
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Nohita
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Mensaje por Nohita »

Me encanta, Rodro. :plas: :plas:

Me recuerda a una historia que mi hermana escribió para un concurso, era preciosa. (Se la envié a Emy, Priwiki y Rosina. A ver si la busco y te la envio a ti. :wink: )

Al final el concurso lo ganó el sobrino del alcalde de aqui... Que se le va a hacer. :mrgreen:
Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.
Escrito por Lord Byron en la tumba de su perro.
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Gigi
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Mensaje por Gigi »

Nohita escribió:Me encanta, Rodro. :plas: :plas:

Me recuerda a una historia que mi hermana escribió para un concurso, era preciosa. (Se la envié a Emy, Priwiki y Rosina. A ver si la busco y te la envio a ti. :wink: )

Al final el concurso lo ganó el sobrino del alcalde de aqui... Que se le va a hacer. :mrgreen:
Claro, claro, como ahora sois amiguetes ya pasas de mi, ¿verdad? :evil:
Él es tu amigo, tu compañero, tu defensor, tu perro. Tú eres su vida, su amor, su líder. Él será tuyo siempre, fiel y sincero, hasta el último latido de su corazón. A él le debes ser merecedor de tal devoción
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EMIyMAX
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Mensaje por EMIyMAX »

:mrgreen: :mrgreen:
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Nohita
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Mensaje por Nohita »

Gigi escribió:
Nohita escribió:Me encanta, Rodro. :plas: :plas:

Me recuerda a una historia que mi hermana escribió para un concurso, era preciosa. (Se la envié a Emy, Priwiki y Rosina. A ver si la busco y te la envio a ti. :wink: )

Al final el concurso lo ganó el sobrino del alcalde de aqui... Que se le va a hacer. :mrgreen:
Claro, claro, como ahora sois amiguetes ya pasas de mi, ¿verdad? :evil:
Ay mi celosín!! Con lo que yo te quiero... :kiss: :kiss: :mrgreen: :mrgreen:
Para mi siempre serás el primero. :kiss:
(Rodro es el tercero jijiji, Rosi fue la segunda y ahora dentro de un mes tengo una 4ª... Quién será?? 8) )
Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.
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Gigi
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Mensaje por Gigi »

:ooee: :ooee: :ooee:
Él es tu amigo, tu compañero, tu defensor, tu perro. Tú eres su vida, su amor, su líder. Él será tuyo siempre, fiel y sincero, hasta el último latido de su corazón. A él le debes ser merecedor de tal devoción
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CDR89
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Mensaje por CDR89 »

Me ha gustado mucho :plas:
"Considerar todo cuanto acontece como accidentes o episodios de una novela a la que asistimos no con la atención sino con la vida. Sólo con esa actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos". F. Pessoa.
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cris_star
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Mensaje por cris_star »

Precioso.... :kiss:
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