Loba fue un tesoro que encontró un compañero, sentada en una acera, esperando a alguien, alguien que nunca llegó. Su dificultad al moverse y su obesidad, hacían que la creyésemos mayor de lo que realmente es.
Estuvo meses en residencia, solita, y nadie preguntó nunca por ella.
Nuestra Loba hoy, en el refugio, se apaga delante de nuestros ojos. ¿Qué más podemos hacer por ella? Su carita refleja su tristeza. Anda despacito, como todos los abuelos, y no quiere ni sabe compartir habitación con jovencitas que la molestan a todas horas, la empujan cuando quiere beber o comer, ocupan su camita y su colchón... Pero tampoco quiere estar sola.
Llega el crudo frío, y Loba sigue en el refugio. Necesita que estén pendiente de ella, que la arropen con mantitas por la noche y la cubran de besos todo el día.
Loba necesita una casita, y su necesidad es incluso más grande que la de otros veteranos.
Tú puedes hacer que Loba recupere la vitalidad de una vida a la que aún le quedan muchas alegrías que darnos. ¿La ayudas?
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