Mi Blanqui se ha ido...
Mi Blanqui se ha ido...
Sabes que eres especial. Más que ningún otro, quizás porque me elegiste tú, porque desde el primer día que nos encontramos en la calle sabías que era cuestión de paciencia, de pasar las noches acurrucado en el portal y acompañarnos a todas partes por el día. A lo mejor aguantabas escondido entre mis piernas o sentado debajo de mí en el banco cuando salía con los niños de mi clase porque ya sabías que mi casa era tu casa. Por eso te resignabas y esperabas cuando te cerraba el portal en el morro, sabiendo que dos perros en casa eran demasiados para sumarle uno más. Por eso, a pesar de tu miedo a la gente, estabas conmigo aunque fuese con gente en la que no confiabas, sabías que te protegía con uñas y dientes, nadie te iba a tocar.
Y así nos alcanzó el invierno, y el frío, y no podía soportar la idea de tus noches a la intemperie. Y supliqué a mi padre (a mi madre ya la tenías ganada, cuando paseaba a los otros dos te paseaba también a ti) y te metí en casa, siempre recordaré el momento en el que no te cerré la puerta. Dudaste un segundo, me miraste pidiendo permiso, te sonreí y te llamé. Comiste y te pasaste tanto tiempo durmiendo que creímos que estabas enfermo, aunque sólo era cansancio, la calle te obligaba a estar alerta.
Traías heridas, desconfianza en la gente y balines en el cuello, pero lo superaste todo. No había nada que temer, las heridas podían curarse. Y fuiste mi gran compañero, mi tesoro, hasta la madrugada del sábado. Con 17 años, de pura vejez, nos dejaste, en silencio, tumbado, en nuestra casa, tanto tuya como nuestra, como sabías desde el primer día.
Te hechamos de menos, rey de la casa. Haz compañía a Tonet y Tro, con los que tantos momentos compartiste y que nos dejaron antes que tú, mi pequeño inmortal. Te quiero.
Y así nos alcanzó el invierno, y el frío, y no podía soportar la idea de tus noches a la intemperie. Y supliqué a mi padre (a mi madre ya la tenías ganada, cuando paseaba a los otros dos te paseaba también a ti) y te metí en casa, siempre recordaré el momento en el que no te cerré la puerta. Dudaste un segundo, me miraste pidiendo permiso, te sonreí y te llamé. Comiste y te pasaste tanto tiempo durmiendo que creímos que estabas enfermo, aunque sólo era cansancio, la calle te obligaba a estar alerta.
Traías heridas, desconfianza en la gente y balines en el cuello, pero lo superaste todo. No había nada que temer, las heridas podían curarse. Y fuiste mi gran compañero, mi tesoro, hasta la madrugada del sábado. Con 17 años, de pura vejez, nos dejaste, en silencio, tumbado, en nuestra casa, tanto tuya como nuestra, como sabías desde el primer día.
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- ale_bruno18
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