Y así nos alcanzó el invierno, y el frío, y no podía soportar la idea de tus noches a la intemperie. Y supliqué a mi padre (a mi madre ya la tenías ganada, cuando paseaba a los otros dos te paseaba también a ti) y te metí en casa, siempre recordaré el momento en el que no te cerré la puerta. Dudaste un segundo, me miraste pidiendo permiso, te sonreí y te llamé. Comiste y te pasaste tanto tiempo durmiendo que creímos que estabas enfermo, aunque sólo era cansancio, la calle te obligaba a estar alerta.
Traías heridas, desconfianza en la gente y balines en el cuello, pero lo superaste todo. No había nada que temer, las heridas podían curarse. Y fuiste mi gran compañero, mi tesoro, hasta la madrugada del sábado. Con 17 años, de pura vejez, nos dejaste, en silencio, tumbado, en nuestra casa, tanto tuya como nuestra, como sabías desde el primer día.
Te hechamos de menos, rey de la casa. Haz compañía a Tonet y Tro, con los que tantos momentos compartiste y que nos dejaron antes que tú, mi pequeño inmortal. Te quiero.
