Te vi llegar en brazos de mi madre, acurrucadita, espantada después del viaje en coche. Yo te esperaba sentada en el balcón, observando la calle por la que llegarías. No te había visto nunca y ya te quería. Nunca te había tocado, y ya acariciaba tu nombre: Gaia.
Y por fin llegaste. Por un momento, el mundo giraba alrededor nuestro. No me conocías, pero no tardaste en intentar lamerme la cara mientras yo luchaba por no llorar de alegría. Por fin tenía a mi cachorrita.
Dama también lloraba, pero de desconcierto. No entendía que hacías en casa, porque aquella cosa pequeñita y desamparada no estaba con su mamá. Los primeros días no te sacaba los ojos de encima. Iba a tu lado, te protegía, te limpiaba…
Ya la primera noche te negaste a dormir en tu camita. Pese a que era mas alta que tu, la escalabas, para escalar luego mi cama. Y lograbas llegar arriba. Esa noche dormiste en mi cama. “Solo por hoy”, te dije, a sabiendas de que esa sería tu cama para siempre.
Y te he visto crecer, a mi lado, siempre a mi lado, como una sombra fiel. Has roto todo lo rompible, te has comido todo lo que se podia comer (y lo que no también).
¿Sabes? Cuando intentas, de todos modos, subirte a mis rodillas, me haces feliz. Cuando intentas cogerme el auricular del telefono a media conversacion, soy feliz. Cuando me despiertas lamiendome la oreja, soy feliz.
Un brindis por ti, princesa.







